Teatro romano de Mérida. Corral de Comedias de Almagro. Teatro María Guerrero de Madrid. Sala Pradillo

martes, 12 de octubre de 2010

Una escena de la vida. Fernando Fernán-Gómez

La escena más dramática que he presenciado en mi vida se remonta al año 29. Mis primos, Carlitos y Manolín, vivían conmigo en el 9 de General Álvarez de Castro. También vivía con nosotros la abuelita de ellos, la frágil Valentina. Era jueves, un jueves de invierno, porque los niños, que no teníamos colegio los jueves por la tarde, estábamos encerrados en casa. La criada, la joven, guapa y coqueta Florentina, no estaba en casa, porque también las criadas libraban los jueves por la tarde. Debía de estar muy próxima la hora de la cena y Florentina se retrasaba. Mis primos y yo estábamos impacientes porque Florentina nos había dicho que a lo mejor nos traía globos de colores, de los que el algunas tiendas regalaban los jueves a los niños. Sonó el timbre de la puerta. La abuela Valentina se levantó de su silla y cansinamente fue a abrir. Nosotros corrimos hacia la puerta. No bien se abrió la puerta, se oyó un grito horrísono, agudo. Era Florentina quien gritaba, en el rellano de la escalera. En una mano llevaba unos paquetes y en la otra sostenía los globos de colores. Tenía las mejillas bañadas en lágrimas. Sin dejar de gritar y de llorar se lanzó como una tromba, pasillo adelante. La abuelita Valentina, espantada, se apretó contra la pared para dejarla pasar. Luego fuimos todos tras ella que, en una carrera, dobló el recodo del pasillo y se metió en el cuarto de baño. Allí se dejó caer sobre la taza del retrete. Nos asomamos a la puerta. Florentina, espatarrada, seguía sosteniendo en una mano los globos de colores y entre llantos y gritos nos decía que su familia había recibido carta del pueblo; a su sobrinita pequeña, de cuatro años, la había aplastado un carro. Lo contaba una y otra vez, sentada en el retrete, sin soltar los globos, sin dejar de llorar y de gritar. El retrete, las piernas abiertas, los globos de colores, los gritos y las lágrimas debían de componer una estampa muy cómica, pero ni la abuela Valentina, ni Manolín, ni Carlitos ni yo reíamos. Estábamos viendo un drama.


Lo dramático era la niña en el pueblo, muerta, aplastada por el carro, las lágrimas y los gritos desgarradores de su desdichada tía, la joven Florentina; lo cómico eran los globos de colores, el retrete. Si un autor cómico hubiera trabajado sobre esta situación habría suprimido la muerte de la sobrina, la habría transformado en un simple coscorrón; y los gritos desgarradores y las lágrimas de la criada habrían quedado convertidos en unos gemidos cómicamente ridículos. En cambio, habría conservado a Florentina sentada en el retrete y los globos de colores en su mano. Si hubiera trabajado sobre la misma situación un autor de dramas, la criada habría llegado a la casa solo con los paquetes, sin los globos de colores, y no se habría dejado caer sobre el retrete, sino sobre una silla cualquiera, y allí habría gritado desgarradoramente y dado rienda suelta a las lágrimas y los párrafos.


Pero la realidad no procede así, no selecciona, suma los gritos desgarradores con la niña muerta, con los globos, con el carro, con las lágrimas, con el retrete.


En El tiempo amarillo Memorias ampliadas (1921-1997). Ed. Debate, 1998.

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