Teatro romano de Mérida. Corral de Comedias de Almagro. Teatro María Guerrero de Madrid. Sala Pradillo

sábado, 30 de octubre de 2010

«El bello indiferente» de Jean Cocteau (I)

Un cuartucho de hotel, iluminado por los anuncios de la calle. Una cama. Gramófono. Teléfono. Cuarto de baño. Carteles en la pared.
Al levantarse el telón, la actriz sola en escena. Mira por la ventana y corre a la puerta para escuchar el ruido del ascensor; después va a sentarse al lado del teléfono. Pone un disco en el gramófono. Lo para inmediatamente. Vuelve al teléfono y marca un número.


MUJER.- Oiga…, oiga: ¿es usted, Luisa? Póngame con Monsieur Totor. Sí, búsquelo. Espero; gracias… ¡Qué ruido! Debe estar lleno. ¿Totor? ¿Eres tú?... Sí, sí, soy yo… ¿Está Emilio? ¿No le has visto? ¿A qué hora? ¿Estaba solo?... ¡Ah! ¡Ah! Bien. ¿No sabes dónde iba? ¿No te ha dicho nada? No, no estoy nerviosa… Tenía que decirle una cosa urgente y no logro dar con él. ¿Todo va bien? Me alegro. ¿Yo? ¡Oh! Cuando termino mi actuación vengo directamente al hotel… Estoy cansada. Mejor…, mucho mejor. ¿El doctor? No, no…; me cuido mucho… Vengo al hotel y me acuesto enseguida. ¿Emilio? Es un ángel. Sí, muy bueno. Se porta muy bien conmigo. Sí, vendrá pronto. No me deja sola ni un momento… Sí; probablemente, tendría algún asunto… Bueno, te dejo. Un abrazo. ¿Qué hora es? ¿Las dos? ¡Ya! ¡Cómo pasa el tiempo! Hasta pronto… ¡Adiós Totor! ¡Buena suerte!

(Cuelga. Oye el ruido del ascensor y corre a la puerta. Suena el teléfono. Se precipita.)

Diga… ¡Ah! ¿Eres tú? ¿Tu hermano? ¡Claro que está aquí! Sí, sí; pero… está en el baño. Voy a avisarle. ¡Emilio! ¡Emilio! ¿Qué? ¿No puedes venir? ¡Muy bonito! Oye…, ya sabes lo grosero que es… No… Me dice que está desnudo y que no es el traje más adecuado para acudir al teléfono. ¿Si estoy segura de que está aquí? ¡Estás loca! ¡Naturalmente que sí! No tengo la culpa de que no quiera molestarse. (Gritando) Tu hermana dice que valdría la pena que vinieras… (Al teléfono) ¡Tiene un vocabulario escogido! No. Dice que está metido en el agua y que quiere continuar en ella. Haré que te llame más tarde. Adiós. (Cuelga. Entre dientes) ¡La muy zorra!
(Se sienta. Ruido del ascensor. Se precipita a la puerta. Se oye cerrar otra puerta. Silencio. Se apoya contra la puerta, desfallecida. Se dirige al reloj y adelanta la hora. A media voz)

¡Con lo fácil que es telefonear! ¡No hay más que descolgar un aparato!


(Mira al teléfono y, de pronto, se decide a ponerse el abrigo y salir. Ruido de llaves. Tira el abrigo, se precipita sobre el diván y coge un libro. La puerta se abre. Entra EMILIO. Se trata de un magnífico ejemplar de gigoló. Durante la escena que sigue se desnudará, entrando y saliendo del cuarto de baño. Silba)


Ha llamado tu hermana. Le dije que estabas en el baño. No valía la pena de que se enterara de que todavía no habías vuelto al hotel y que Dios sabe dónde estarías. Se hubiera alegrado. Telefoneaba únicamente para enterarse. Me ha repetido mil veces: “¿Estás segura de que está ahí?” ¡La muy…! ¿Dónde estuviste? Llamé a Totor. Te había visto, pero no sabía a dónde te habías ido. ¡Las horas pasan tan rápidas! Yo estaba leyendo… Me parecía que acababa de volver del teatro. Cuando miré el reloj me di cuenta de lo tarde que es… ¿Dónde estuviste? (Pausa) ¡Muy bien! Como siempre, te niegas a contestar. No, no contestes. No seré yo la que insista. No soy de esas mujeres que no hacen más que interrogar e interrogar y que siguen a los hombres hasta enterarse de lo que quieren saber. No temas.
Te he preguntado que dónde estuviste. Otra vez te niegas a contestar. ¡La causa está clara! De ahora en adelante yo también haré lo que me parezca. Mientras el señor se pasea, iré adonde me parezca. Y no te daré explicaciones. Así irá todo mucho mejor. ¡Gracias! El señor hace lo que le da la gana y la señora debe quedarse en el hotel, encerrada bajo siete llaves… ¡Entendido! Antes no lo comprendía; ahora, sí. ¡Buenas noches, señoras y señores! Yo era lo bastante estúpida para matarme a trabajar en esa maldita “boite”, llena de humo… y venir luego al hotel a esperar al señor…, como una niña obediente. Y el señor no volvía. El señor está tranquilo. El señor sabe que la señora está en el hotel… durmiendo. Y el señor se divierte de un lado para otro. ¡Ah, pero todo esto va a cambiar! Desde mañana, aceptaré las invitaciones de esos tipos que me envían flores y tarjetas y saldré con ellos. ¡Champagne, baile y todo lo demás…! ¡Todo! El señor se dará cuenta de lo divertido que es esperar. ¡Esperar siempre!


(EMILIO se ha puesto el pijama. Se acuesta en la cama. Enciende un cigarrillo y abre un periódico, que le tapa la cara)


Lee; puedes leer el periódico o hacer ver que lo lees. Eso no me impedirá gritar. Nada ni nadie me lo impedirá. (Golpean en el tabique. Ella continúa más bajo.) Sí, gritar el daño que me estás haciendo. Sé perfectamente que estás escuchando y que te haces el sordo. ¡Qué cómodo es un periódico! Puede uno esconderse tras él. Sí, pero yo adivino la cara que estás poniendo. ¡Estás atento! Sí, querido, ¡atento! Y yo hablaré, hablaré y vaciaré todo lo que llevo dentro. Nada me lo impedirá. Lee el periódico, puedes seguir leyéndolo. Es lo normal. ¿Sabes lo que es estar enfermo y tener que cantar para un público que se está divirtiendo? ¿Sabes lo que es volver rápidamente a casa…, esperando el apoyo y la compañía de la persona amada y encontrarse la habitación vacía y tener que esperar, y esperar que llegue?
¡Esperar! Conozco de memoria esta habitación. ¡De memoria! Conozco todos los anuncios, que se encienden y se apagan y que parecen tics de un viejo loco. Conozco los taxis, que dan la sensación de que van a parar; aminoran la marcha y… ¡pasan de largo! Cada vez el corazón cesa de latir, esperando que… Conozco el ascensor, que sube y… se para en el piso de encima. También me sé de memoria el ruido de todas las puertas de la casa. Conozco las agujas del reloj, que caminan de prisa si no se las mira, y que si se las mira se deslizan como ladrones…, tan lentamente, que apenas se nota su movimiento, y nos parece que el reloj se equivoca.
¡Esperar! Para vosotros hacerse esperar es todo un arte, un suplicio chino. Sabes todos los trucos, todos los medios más espantosos de hacer daño. ¡Siempre esperándote! ¡Siempre! Cuento hasta mil, hasta diez mil, hasta cien mil. Cuento mis pasos de la ventana a la puerta. Hago mil cálculos absurdos para que cuenten el doble. Pongo un disco. Abro un libro. Escucho… Escucho con toda la atención, como las bestias. A veces no puedo más y tengo que telefonear. Telefonear a uno de esos asquerosos bares en que te escondes y en los que debes torturar a otras mujeres. ¡Estoy segura! Pero siempre acabas de salir. ¡Ah, y nunca saben a dónde has ido! La mujer del lavabo me contesta con voz de vieja alcahueta, con voz compasiva. ¡Ah! ¡La mataría! Y es muy posible que te mate. Sé de algunas mujeres que han matado a su amante por bastante menos.

2 comentarios:

jose orlando ascanio dijo...

UNO SE QUEDA CON LAS GANAS DE SEGUIR LEYENDO. PORQUE NO TERMINA ASI. TENIA EL LIBRO Y LO PERDI. TENGO AÑOS BUSCANDO ESTE MONOLOGO

Hitos dijo...

Efectivamente, Jose Orlando, esta es sólo la primera parte del monólogo. Creo que en poco tiempo pondré la continuación. La edición que yo tengo es muy antigua, ya descatalogada. Gracias por tu comentario.