Teatro romano de Mérida. Corral de Comedias de Almagro. Teatro María Guerrero de Madrid. Sala Pradillo

sábado, 30 de octubre de 2010

«La casa de Bernarda Alba» de F. García Lorca

Principio del 2º ACTO


Habitación blanca del interior de la casa de Bernarda. Las puertas de la izquierda dan a los dormitorios. Las hijas de Bernarda están sentadas en sillas bajas, cosiendo. Magdalena borda. Con ellas está la Poncia.
Angustias: Ya he cortado la tercera sábana.
Martirio: Le corresponde a Amelia.
Magdalena: Angustias, ¿pongo también las iniciales de Pepe?
Angustias: (Seca.) No.
Magdalena: (A voces.) Adela, ¿no vienes?
Amelia: Estará echada en la cama.
La Poncia: Esa tiene algo. La encuentro sin sosiego, temblona, asustada, como si tuviera una lagartija entre los pechos.
Martirio: No tiene ni más ni menos que lo que tenemos todas.
Magdalena: Todas, menos Angustias.
Angustias: Yo me encuentro bien, y al que le duela que reviente.
Magdalena: Desde luego hay que reconocer que lo mejor que has tenido siempre ha sido el talle y la delicadeza.
Angustias: Afortunadamente pronto voy a salir de este infierno.
Magdalena: ¡A lo mejor no sales!
Martirio: ¡Dejar esa conversación!
Angustias: Y, además, ¡mas vale onza en el arca que ojos negros en la cara!
Magdalena: Por un oído me entra y por otro me sale.
Amelia: (A la Poncia.) Abre la puerta del patio a ver si nos entra un poco el fresco.


(La Poncia lo hace.)


Martirio: Esta noche pasada no me podía quedar dormida del calor.
Amelia: ¡Yo tampoco!
Magdalena: Yo me levanté a refrescarme. Había un nublo negro de tormenta y hasta cayeron algunas gotas.
La Poncia: Era la una de la madrugada y salía fuego de la tierra. También me levanté yo. Todavía estaba Angustias con Pepe en la ventana.
Magdalena: (Con ironía.) ¿Tan tarde? ¿A qué hora se fue?
Angustias: Magdalena, ¿a qué preguntas, si lo viste?
Amelia: Se iría a eso de la una y media.
Angustias: Sí. ¿Tú por qué lo sabes?
Amelia: Lo sentí toser y oí los pasos de su jaca.
La Poncia: ¡Pero si yo lo sentí marchar a eso de las cuatro!
Angustias: ¡No sería él!
La Poncia: ¡Estoy segura!
Amelia: A mí también me pareció...
Magdalena: ¡Qué cosa más rara!


(Pausa.)


La Poncia: Oye, Angustias, ¿qué fue lo que te dijo la primera vez que se acercó a tu ventana?
Angustias: Nada. ¡Qué me iba a decir? Cosas de conversación.
Martirio: Verdaderamente es raro que dos personas que no se conocen se vean de pronto en una reja y ya novios.
Angustias: Pues a mí no me chocó.
Amelia: A mí me daría no sé qué.
Angustias: No, porque cuando un hombre se acerca a una reja ya sabe por los que van y vienen, llevan y traen, que se le va a decir que sí.
Martirio: Bueno, pero él te lo tendría que decir.
Angustias: ¡Claro!
Amelia: (Curiosa.) ¿Y cómo te lo dijo?
Angustias: Pues, nada: "Ya sabes que ando detrás de ti, necesito una mujer buena, modosa, y ésa eres tú, si me das la conformidad."
Amelia: ¡A mí me da vergüenza de estas cosas!
Angustias: Y a mí, ¡pero hay que pasarlas!
La Poncia: ¿Y habló más?
Angustias: Sí, siempre habló él.
Martirio: ¿Y tú?
Angustias: Yo no hubiera podido. Casi se me salía el corazón por la boca. Era la primera vez que estaba sola de noche con un hombre.
Magdalena: Y un hombre tan guapo.
Angustias: No tiene mal tipo.
La Poncia: Esas cosas pasan entre personas ya un poco instruidas, que hablan y dicen y mueven la mano... La primera vez que mi marido Evaristo el Colorín vino a mi ventana... ¡Ja, ja, ja!
Amelia: ¿Qué pasó?
La Poncia: Era muy oscuro. Lo vi acercarse y, al llegar, me dijo: "Buenas noches." "Buenas noches", le dije yo, y nos quedamos callados más de media hora. Me corría el sudor por todo el cuerpo. Entonces Evaristo se acercó, se acercó que se quería meter por los hierros, y dijo con voz muy baja: "¡Ven que te tiente!"


(Ríen todas. Amelia se levanta corriendo y espía por una puerta.)


Amelia: ¡Ay! Creí que llegaba nuestra madre.
Magdalena: ¡Buenas nos hubiera puesto! (Siguen riendo.)
Amelia: Chisst... ¡Que nos va a oír!
La Poncia: Luego se portó bien. En vez de darle por otra cosa, le dio por criar colorines hasta que murió. A vosotras, que sois solteras, os conviene saber de todos modos que el hombre a los quince días de boda deja la cama por la mesa, y luego la mesa por la tabernilla. Y la que no se conforma se pudre llorando en un rincón.
Amelia: Tú te conformaste.
La Poncia: ¡Yo pude con él!
Martirio: ¿Es verdad que le pegaste algunas veces?
La Poncia: Sí, y por poco lo dejo tuerto.
Magdalena: ¡Así debían ser todas las mujeres!
La Poncia: Yo tengo la escuela de tu madre. Un día me dijo no sé qué cosa y le maté todos los colorines con la mano del almirez. (Ríen)
Magdalena: Adela, niña, no te pierdas esto.
Amelia: Adela. (Pausa.)
Magdalena: ¡Voy a ver! (Entra.)
La Poncia: ¡Esa niña está mala!
Martirio: Claro, ¡no duerme apenas!
La Poncia: Pues, ¿qué hace?
Martirio: ¡Yo qué sé lo que hace!
La Poncia: Mejor lo sabrás tú que yo, que duermes pared por medio.
Angustias: La envidia la come.
Amelia: No exageres.
Angustias: Se lo noto en los ojos. Se le está poniendo mirar de loca.
Martirio: No habléis de locos. Aquí es el único sitio donde no se puede pronunciar esta palabra.


(Sale Magdalena con Adela.)


Magdalena: Pues, ¿no estabas dormida?
Adela: Tengo mal cuerpo.
Martirio: (Con intención.) ¿Es que no has dormido bien esta noche?
Adela: Sí.
Martirio: ¿Entonces?
Adela: (Fuerte.) ¡Déjame ya! ¡Durmiendo o velando, no tienes por qué meterte en lo mío! ¡Yo hago con mi cuerpo lo que me parece!
Martirio: ¡Sólo es interés por ti!
Adela: Interés o inquisición. ¿No estabais cosiendo? Pues seguir. ¡Quisiera ser invisible, pasar por las habitaciones sin que me preguntarais dónde voy!
Criada: (Entra.) Bernarda os llama. Está el hombre de los encajes. (Salen.)

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