Teatro romano de Mérida. Corral de Comedias de Almagro. Teatro María Guerrero de Madrid. Sala Pradillo

domingo, 24 de octubre de 2010

«Alesio, una comedia de tiempos pasados» de I. García May

La acción está situada Sevilla en la primera mitad del siglo XVII. Alesio es un actor napolitano que pretende pasar a las Indias junto con su criado para triunfar allí y porque tiene que huir de demasiados maridos celosos.


ALESIO.- Señores, tenéis ante vuestras miradas a Alesio de Nápoles, el magnífico, a quien otros, más humildes, llaman el Genio. Mi primo fue Arlequín, y Polimia, Talía y Melpómene asistieron a mi bautizo para darme sus bendiciones. Prometieron también acudir a mi entierro, aunque no tengo ninguna prisa en volverlas a ver. Cuando otros niños andaban a gatas, yo hacía acrobacias, teniendo como maestro a mi propio abuelo, quien, por cierto, se emborrachó con el Ruzzante, en su juventud, más de una vez y menos de un millar.


Dos cosas se aprenden en Nápoles antes de que le crezca a uno la barba: a beber y a cortejar mujeres, ambas muy útiles para cualquier actor. Estas dos asignaturas aprobé con muy buena nota, huyendo de un marido engatusado y cuernilargo, y por cierto bastante enfurecido, dejé la compañía de mi abuelo para unirme a un grupo de titiriteros franceses que viajaban desde Padua a su tierra chica. También a éstos abandoné, contratado por Cornelio Dominique, de quien se decía que era el actor que mejor interpretaba a los reyes, en los dramas históricos, por su nobleza. Y aun así, deslucía tanto en comparación con mi persona que pronto ocupé su lugar como director de la compañía. Tiempos de gloria me esperaban en París, como actor favorito de la Corte. Representé ante augustos duques, dueños de augustas panzas, que me cubrieron de oro. Pero…, Fortuna es mujer y, por tanto, caprichosa, y pronto me volvió la espalda. Así pues, endeudado hasta la nariz por asuntos de juego, cambié el rumbo, robé sus alas a Mercurio y me planté en la que llaman Albión, tierra de buen teatro, donde a los comediantes se les quiere y respeta como a tales, y no como a ladrones de gallinas. Bastó poner un pie en tierra inglesa para que las mejores compañías se pelearan por contratarme, aunque, naturalmente, me tomé mi tiempo para considerar las ofertas. Al fin acabé uniéndome a una alegre banda de colegas, que me tiznaron la cara para representar la tragedia de un moro celoso.


En breves jornadas, por toda la isla circulaba la frase: «Alesio el Grande está aquí». Y puedo aseguraros que jamás habéis visto tanto público reunido. «Merecerías ser inglés», me decían. «Sí, pero soy napolitano», respondía yo, «y muy feliz de serlo». Y ahí estuvo el error. Puedes acóstate con la mujer de un britano, que éste no se irritará. Pero no se te ocurra poner a ningún país por encima del suyo, que te sacará los ojos y echará sal en las cuencas. Siendo yo tan orgulloso de mi origen, como ellos lo son del suyo, entendieron que les hacía grave ofensa y me hicieron salir de sus tierras, casi a nado, y con unos cuantos golpes encima.


Por último, llegué a costa española, y viendo el sol tan brillante y gentes tan cariñosas, decidí quedarme. Como veis, domino varias lenguas, sé de acrobacias y de títeres, pero también de tragedias, pasos, dramas y entremeses. Soy, en suma, actor completo, poco humilde, bien es cierto, pero un príncipe sobre las tablas. Soy Alesio de Nápoles.

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