El autor sitúa a dos personajes de Shakespeare (Próspero de La tempestad y Julieta de Romeo y Julieta) en una nueva situación: Próspero ya no es el hombre poderoso al que la naturaleza obedece, sino el anciano decrépito que ve cómo su hija ha marchado, su magia no sirve y él se ve condenado a quedarse en su gruta (¿o su escenario?). Por otra parte, Julieta se nos presenta treinta años después de ser enterrada en la cripta de los Capuletos. Parece que su "falta de habilidad con el puñal" hizo que no muriera y lleva treinta años esperando que alguno de sus parientes muera; mientras, consigue sobrevivir a base de rutinas que pasan por charlar constantemente con las cenizas de Romeo. La obsesión de Julieta es descubrir "en qué momento se torció todo" y llega a una lúcida conclusión que no vamos a mencionar por si alguien se anima a ver la función.
En lo que podríamos llamar "tercera parte" (primera, soliloquio de Próspero; segunda, monólogo de Julieta) el autor los pone frente a frente y ambos se reconocen como personajes que sueñan y a la vez son soñados por "alguien".
La interpretación de los dos actores es magnífica. Tal como explicaron en el encuentro que hubo con el público tras la función, habían hecho un trabajo de interpretación a partir de las acciones que vienen marcadas en el texto.
Se trata de un montaje de pequeño formato en cuanto a la escenografía, justo y medido para acompañar a la interpretación.
En fin, que merece la pena ver una función magistral, a partir de un texto inteligente y bello como no podía ser menos tratándose de José Sanchis Sinisterra.
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